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Metales Preciosos de Inversión
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6 factores que determinan que una inversión es segura
28 de marzo de 2019
Cualquier persona que, en un momento de su vida, se plantee la posibilidad de realizar una inversión, va a dirigir invariablemente dos preguntas al gestor o comercial con el que esté tratando la cuestión: ¿qué rentabilidad voy a obtener? y ¿se trata de una inversión segura? La primera es obligada para decidir el tipo de activo por el que se va a optar. Pero en los últimos tiempos, variables como la mayor información de la que disponen los inversores, unidas a algunos escándalos y a lo sucedido durante la crisis financiera, han equiparado la seguridad a la rentabilidad en cuanto a importancia. En este artículo vamos a analizar cuáles son los factores que influyen en que una inversión sea segura.
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Para la mayoría de los inversores, en especial los que no son profesionales y tienen como principal objetivo hacer crecer sus ahorros (no especular), rentabilidad y seguridad son las dos variables que les van a hacer decantarse por un activo u otro.
Ambas, además, están relacionadas de forma inversa: lo normal es que, cuanto mayor rentabilidad ofrezca un activo, menor sea la seguridad de invertir en el mismo. Un ejemplo: la renta fija ofrece mucho mayor seguridad a un inversor que la renta variable, pero a cambio le brinda menor rentabilidad que ésta.
Al revés, un producto estructurado de inversión resulta sumamente rentable (si funciona bien), pero las posibilidades de perder la inversión inicial son relativamente altas, y es una cuestión que el que invierte debe tener muy en cuenta.
Precisamente, la normativa relativa al consumo de productos bancarios y financieros ha evolucionado mucho en los últimos tiempos a este respecto, con el objetivo de proteger a los inversores frente a la comercialización agresiva de determinados productos.
En este sentido, se han implementado instrumentos normativos como la Directiva europea sobre Mercados de Instrumentos Financieros, conocida popularmente como MiFID, que establece la obligación de clasificar a los clientes según su experiencia y sus perfiles de riesgo, por medio de una serie de cuestionarios previos.
Pese a ello, nadie mejor que el propio inversor para velar por la seguridad de su propio dinero. Por eso, a la hora de valorar dónde colocar su dinero, un inversor prudente tendrá que tener en cuenta una serie de factores, que son los que pueden contribuir a que su inversión sea lo más segura que se pueda, dentro de lo posible.
1. Objetivo de la inversión
El primer factor que influye en la seguridad de la inversión es el propio objetivo de la misma. Según los expertos, existen tres posibles objetivos:
– El crecimiento, a lo largo del tiempo, del capital depositado en un determinado activo
– La obtención de pagos periódicos en forma de renta
– La protección del capital invertido inicialmente.
El crecimiento del capital es un objetivo que solo se puede lograr a largo plazo, por lo que cualquier inversor que pretenda hacer crecer su capital en un corto espacio de tiempo lo tiene difícil, a no ser que esté dispuesto a sacrificar la seguridad del mismo y entrar en el terreno de la especulación, con los riesgos que ello comporta.
La obtención de una renta periódica, ya sea mensual o anual, es un objetivo característico de inversores con un moderado perfil de riesgo que buscan complementar su sueldo o pensión con unos ingresos que les permitan disfrutar de una posición más desahogada.
En esta modalidad entrarían, por ejemplo, quienes invierten en el sector inmobiliario, poniendo en el mercado de alquiler una vivienda, terreno o garaje de su propiedad. El objetivo no es tanto obtener una elevada cantidad por el mismo, sino la seguridad que ofrece contar con un ingreso periódico, en este caso mensual.
Por último, también relacionado con un perfil con aversión al riesgo, estaría el inversor cuyo objetivo principal es proteger el importe de una inversión inicial (una herencia, un premio de lotería…) de la pérdida de poder adquisitivo y, al tiempo, obtener una rentabilidad mayor que la derivada de dejar el dinero simplemente depositado en una entidad bancaria.
Cualquiera que sea el objetivo del inversor (aumentar su capital, obtener pagos periódicos o proteger el importe inicial), los planes de adquisición de oro físico diseñados por SEMPI Gold España resultan adecuados y ofrecen las ventajas de la exposición a un activo seguro, líquido y rentable como es el metal precioso.
2. Horizonte temporal
El segundo factor que influye en la seguridad de una inversión es el horizonte temporal que se plantea el inversor para recoger los frutos: a corto, medio o largo plazo. Se trata de un factor muy relacionado con el objetivo de la inversión y con el riesgo de la misma.
Evidentemente, las inversiones que persiguen rentabilidad a corto plazo comportan un riesgo mucho mayor que las diseñadas para obtener rendimientos a largo plazo. En otras palabras: un inversor paciente no necesita arriesgarse tanto como el que busca ganar y hacerlo rápido.
Las definiciones académicas hablan de inversiones a largo plazo cuando transcurre al menos un año desde que se formaliza la misma hasta que se empiezan a recoger los rendimientos. Al revés, si este periodo es inferior a un año, estamos hablando de inversiones a corto plazo.
Es habitual asociar las inversiones a corto plazo con los mercados de valores: comprar y vender acciones, aprovechando momentos “calientes” de las mismas es una opción de inversión que conlleva su riesgo (el desplome de los títulos y, por lo tanto, la consiguiente dificultad para venderlos), pero que en determinados momentos puede ofrecer una enorme rentabilidad.
Las inversiones a largo plazo están relacionadas con otro tipo de activos, como los bonos del tesoro o, muy especialmente, el oro. En general, los metales preciosos ofrecen interesantes revalorizaciones a muy largo plazo y constituyen una opción muy adecuada para quienes quieren combinar rentabilidad y seguridad. Un ejemplo: desde el año 1971, el precio del oro en dólares se ha revalorizado casi un 10,5% anual.
3. Diversificación
Existe un conocido refrán que todo inversor prudente suele tener en cuenta: “nunca pongas todos los huevos en la misma cesta”. La palabra clave en este caso es la diversificación, es decir, repartir el importe de la inversión entre activos de distintas características, para que una posible caída de uno de ellos pueda ser mitigada con la subida del resto.
Esto lo saben muy bien quienes invirtieron en acciones de compañías relacionadas con Internet durante el ‘boom’ que experimentaron en los últimos años del siglo XX y se encontraron, en el año 2001, con la explosión de la burbuja.
El índice Nasdaq de la Bolsa de Nueva York pasó en poco tiempo de superar los 5.000 puntos a retroceder, en octubre de 2002, hasta los 1.300, que era el nivel que tenía en el año 1996, antes de la fiebre de las ‘puntocom’.
Por cuestiones como ésta, los inversores se cuidan mucho de contar con una cartera equilibrada, con la exposición justa a cada tipo de activos. Y, nuevamente, el oro físico tiene mucho que decir en términos de diversificación.
Según el informe ‘La relevancia del oro como activo estratégico’, publicado por el Consejo Mundial del Oro a principios del pasado mes de febrero, añadir un 2,5 ó 10% de oro a la cartera de inversión habría permitido a los fondos de pensiones, durante la última década, obtener unos rendimientos más altos y con menores riesgos.
No es extraño que cualquier gestor de fondos no tenga dudas en aconsejar a sus clientes que inviertan entre un 5 y un 10% de sus carteras en oro físico, para diversificar sus activos y protegerse en caso de crisis financiera.
4. Comportamiento histórico
Otra variable que conviene tener en cuenta a la hora de invertir con seguridad es el comportamiento que ha tenido el activo en el que queremos invertir durante los últimos tiempos.
Bien es cierto que, como aseguran desde cualquier compañía dedicada a la gestión de inversiones, “rentabilidades pasadas no garantizan las futuras”, pero nunca está de más conocer el comportamiento que ha tenido el activo en los años anteriores, su trayectoria y los momentos en que ha marcado registros máximos y mínimos.
Cuando se compara la actuación temporal de varios activos, los metales preciosos y, en especial, el oro, salen muy beneficiados. En efecto, el precio del oro se ha revalorizado un 75% en los últimos 10 años.
Y si hablamos de un horizonte temporal aún mayor, desde 1970 hasta nuestros días, el precio ha crecido un 3.500% en términos absolutos (sin tener en cuenta el impacto de la inflación).
5. Riesgo
Como hemos visto al principio, el riesgo es, junto con la rentabilidad, dos de los factores fundamentales que mueven a los inversores a decidirse por una opción u otra. A mayor riesgo, mayor rentabilidad, y viceversa.
La magnitud que determina el riesgo de una inversión es la volatilidad, que se define como la variación de la rentabilidad de un activo respecto a su media en un periodo de tiempo determinado.
Así, un activo con una alta volatilidad es el que ha registrado importantes oscilaciones respecto a su precio medio en un tiempo establecido. Y al revés, un activo menos volátil y más estable es el que menos variaciones ha experimentado.
Un ejemplo de activo muy volátil sería el bitcoin, cuyo precio se mueve nada menos que un 5% al día, y pasó en pocos meses de multiplicar su valor por 13 a perder un 40%.
Frente a él, el oro se presenta como un activo con una escasa volatilidad que, precisamente, se utiliza como antídoto de ésta: cuando las oscilaciones en los mercados de capitales hacen dudar a los inversores, éstos suelen recurrir el oro como protección, ya que es un valor con menores oscilaciones en poco tiempo y que, entre otras características, tiene la capacidad de mantener el poder adquisitivo con el paso del tiempo y ejerce de protección contra la inflación.
6. Liquidez
¿Qué pasa cuando el cliente quiere dar por finalizada su inversión? El objetivo básico de la misma es incrementar el capital que se ha destinado a la misma. Por tanto, en el momento de cerrar esa inversión, ya sea porque se ha conseguido el objetivo perseguido o porque en ese momento sea necesario disponer del capital para otros fines, el cliente quiere obtener el dinero.
La liquidez es, precisamente, la capacidad que tienen los activos de inversión para ser convertidos en dinero efectivo de forma inmediata sin que exista una pérdida significativa de su valor.
De un activo que se puede convertir fácilmente en dinero se dice que es muy líquido o que tiene una alta liquidez. En cambio, existen otros activos que resultan más complicados de monetizar, porque no hay un mercado secundario que los compre, porque se necesita tiempo para hacerlo o porque tiene un coste excesivo.
Es el caso, por ejemplo, de los activos inmobiliarios, cuya venta conlleva una serie de gastos y no es un proceso que se pueda resolver rápidamente. O el de las obras de arte, piezas de numismática o filatelia, que requieren de un profundo conocimiento del mercado para realizarse en circunstancias ventajosas para el inversor.
En cambio, el oro físico está considerado como uno de los activos más líquidos que existen: su precio se fija diariamente y es de conocimiento universal. Un lingote con peso y procedencia debidamente certificados puede venderse en cualquier lugar del mundo y con relativa facilidad, porque todos lo valoran y conocen su precio.
Éste es el motivo, por ejemplo, por el que, en tiempos de guerra, los paracaidistas estadounidenses que se infiltraban tras las líneas enemigas llevaban consigo monedas de oro con las que podían sufragar los gastos en cualquier momento y lugar.
Por el mismo motivo, Ian Fleming describía cómo James Bond, el agente 007, llevaba siempre consigo unos cuantos soberanos de oro ocultos en la maleta o el cinturón.
Otros factores monetarios
Al margen de los factores que acabamos de repasar y que determinan la mayor o menor seguridad de una inversión, existen otros a los que los inversores prestan atención, puesto que pueden influir en el resultado final de la misma.
Se trata de factores de índole económica como los costes o comisiones que van aparejados a una inversión, o el tratamiento fiscalidad de la misma.
1. En el primer caso, los inversores deben valorar el coste que le va a suponer invertir en determinados activos. Por lo general, estos costes suelen estar representados por las comisiones que cobran los gestores de las inversiones por su actividad mediadora entre el cliente y el mercado.
Los inversores con menor experiencia y conocimiento del mercado no tienen más remedio que acudir a estos profesionales, que cobran una comisión por ejecutar las órdenes en nombre del cliente. Éste puede operar también por su cuenta en determinadas inversiones, como la bolsa, pero ello requiere de un cierto conocimiento del mercado que no todos tienen.
2. Por otro lado, los inversores están obligados a responder fiscalmente por sus inversiones y pagar la parte correspondiente por el rendimiento que les reportan. El tratamiento fiscal depende del tipo de activo en el que se haya invertido.
En el caso concreto del oro físico, está exento del Impuesto sobre el Valor Añadido en la Unión Europea, por lo que el comprador no tiene que pagar este impuesto. Lo que sí tributan son las ganancias obtenidas cuando lo vende por un precio superior al que ha pagado por él.
El oro de inversión al que se refiere esta web adquiere su denominación en el ámbito tributario, al tratarse de oro de ley 999,9/1.000 (oro puro).
Art. 140bis ley 37/1992 del 28 de Diciembre del impuesto sobre el valor añadido.
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